viernes, 16 de noviembre de 2007
N3. Texto
Fotografiar la Arquitectura Interior
Gabriel Campuzano
Por mi contacto y amistad con fotógrafos de arquitectura he podido seguir muy de cerca la evolución sufrida por las especiales circunstancias del esfuerzo intelectual al que enfrentan su trabajo. Particularmente en las últimas décadas, cuando la relaciones entre el interior de la arquitectura y su exterior pasan casi exclusivamente por el medio fotográfico, por lo que están siendo sometidos a un mayor y más complejo conjunto de presiones que cada uno debe resolver subjetivamente, a falta del más mínimo debate colectivo y, mucho menos, confrontado con los interlocutores que condicionan su rol mediático: arquitectos, promotores (públicos y privados), editores, usuarios...
Quizás a uno de ellos deba explicar, por respeto y admiración hacia su trabajo, que las imágenes que integran Archivos A. Arquitectura Interior no tienen nada que ver con la fotografía de arquitectura. Ni siquiera con aquella que a mí más puede interesar -tan interpretativa como descriptiva- por ser más propositiva y enriquecedora para arquitectos, promotores y usuarios, aún asumiendo que el riesgo sea para los editores. Las fotografías de estos archivos, por muy diversos motivos, no están ahí y no lo estarán nunca. No pretenden describir la arquitectura que registran, ni descubrir ángulos inéditos, ni encuadres novedosos, ni detalles insólitos. Si quedase algo por desvelar de estas obras extraordinarias, ya lo harán los que con mayor capacidad y dedicación están en el camino de hacerlo. Y sus imágenes no siempre serán fotográficas.
Muy tardías, mis visitas arquitectónicas son deudoras de una admiración que ha crecido -abonada por el tiempo- hasta la idolatría. Las imágenes obtenidas en ellas, no ajenas a cierta liturgia de la peregrinación, solo pretenden hacer memoria y guardar los recuerdos que puedan quedar atrapados entre las dos capas de emulsión superpuestas, en ese tiempo que media entre la toma fotográfica y su manipulación posterior. Solo el deseo de fijar la propia memoria en el interior de las fotografías es el sentido de Archivos A, y exactamente de esa forma: velada y desvelada -a la vez- por la propia imagen fotográfica.
Notre-Dame du Haut (Ronchamp)
Pasado el mediodía, la larga ruta emprendida ya había dejado atrás Belfort y, tras la curva que pone fin a Le Ban, nos mostró la capilla de Notre Dame du Haut por primera vez. Enseguida se ocultó y apareció de nuevo, varias veces de acuerdo con las suaves ondulaciones por las que discurría el trazado casi recto hasta Ronchamp. El efecto se repitió durante unos buenos minutos hasta que en las vistas más cercanas su presencia fue constante. Allí arriba, siempre entre el bosque, fue desplazándose desde la izquierda -sobre el puente, sobre la oficina de postal, sobre el ayuntamiento- hasta la derecha del campanario de Notre Dame du Bas, por delante de un oscuro fondo de nubarrones.
Ya hacía tiempo que sonaba el cd Another side of Bob Dylan, y pasada la vía férrea llegó a la cuarta canción -Chimes of Freedom- que ya nos acompañó en la subida hasta que dejamos el coche en la inclinada zona de aparcamientos. Preparamos algo de lo que llevábamos para comer, con unas bebidas, y nos instalamos en la pradera como habían hecho otros pocos visitantes antes de acceder al recinto. Y comimos con la mirada alterna entre el paisaje y el cielo, cada vez más nublado, preocupados por la proximidad de la tormenta.
Con ciertas prisas compramos las entradas e iniciamos la suave ascensión a pie. Dejamos atrás las instalaciones para peregrinos y disfrutamos de una primera vista tan impresionante que nos obligó a detenernos. Mitificada por los muchos años de admiración, saboreamos la imagen -la fotografiamos- y continuamos nuestro recorrido de aproximación circular una vez repuestos. A pesar de la amenaza, que ya tronaba más cerca, rodeamos la capilla sin aproximarnos demasiado para alargar el tiempo (deseando detenerlo). Hicimos varias fotografías mientras hubo luz suficiente, hasta que ya no fue posible. El cielo se cerró tanto que no habríamos podido distinguir el ocaso de la medianoche. Buscamos protección bajo la cubierta -en el exterior- y allí por un buen tiempo, refugiados en la oscuridad salpicada por destellos, oímos como se acercaban los truenos hasta encajar perfectamente con la canción que aún sonaba dentro de nuestras cabezas.
"Far between sundown’s finish an’ midnight’s broken toll
We ducked inside the doorway, thunder crashing
As majestic bells of bolts struck shadows in the sounds"
Y contemplamos las radiantes campanas de libertad...
...cuando llegó la lluvia y lo hizo de golpe, como si el cielo se vaciara sobre la colina por un agujero del mismo tamaño que el claro del bosque en el que estábamos. Bajo el alero de hormigón -tras el altar- quedamos maravillados por los desnudos poemas que el cielo compuso entre el demente martilleo místico y el son de las campanas de luz.
"Through the mad mystic hammering of the wild ripping hail
The sky cracked its poems in naked wonder
That the clinging of the church bells blew far into the breeze"
Mucho después de cesar la lluvia, la cubierta continuó expulsando el agua acumulada a través de las gárgolas, desvelando el sentido último de unos elementos que -solo antes- nos pudieron parecer escultóricos, cuando en realidad son instrumentos sonoros accionados por los mismos cauces que la unen a la tierra, sujetando su vuelo libre. Así la música, atronadora durante la tormenta, se prolongó en sutil melodía de complejas notas deslizadas por tubos y canales o percutidas sobre la naturaleza y la geometría. Sobre el suelo hormigonado, sobre la rejilla del sumidero, sobre el propio agua de la fuente, sobre la yerba mojada...
...acompañando toda la visita y su recuerdo.
Pasado el tiempo y ya lejos de aquel lugar, como siempre me sucede al manipular las polaroids, se recuperan memoria y sueños que quedaron atrapados en las fotografías -adheridos a su emulsión- y se iluminan rincones de lo vivido que permanecían en penumbra sin que puedan controlarse los efectos de esta interacción. Así debieron conectar los míos con el último deseo de Le Corbusier para la capilla de Ronchamp, leído ahora en el librito que allí compré: "Me queda todavía una idea para llevar Ronchamp a feliz término: que la música advenga (incluso sin auditor, si es preciso), la música automática emanando de la capilla a horas regulares y dirigiéndose, tanto adentro como afuera, al eventual auditor desconocido"