viernes, 28 de mayo de 2010

N22. Texto

Fragmento de Epílogo del pescador de perlas (La imagen superviviente)

George Didi-Huberman

Imaginémoslo: el pescador se sumerge. En ese momento, sin duda, se cree todavía el “detective” del mar: en los fondos oscuros busca sus tesoros como otros tantos enigmas a resolver. Un día encuentra una perla. La sube enseguida a la superficie y la muestra como un trofeo. Triunfa; está orgulloso y satisfecho. Habiéndole robado al mar su tesoro, cree haberlo comprendido todo -porque su trofeo es el significado, el meaning del mar, supuestamente contenido en el detalle de su perla-. Cree haber terminado con los abismos. Vuelve a su casa, mete la perla en una vitrina después de haberle hecho una ficha de catálogo, que piensa que es definitiva. No sospecha todavía que, más allá del enigma, yace un misterio de una clase bien diferente. Un día -mucho más tarde, por casualidad- se da cuenta, trastornado, de que nunca había mirado su perla porque al contemplarla soñadoramente ese día, la reconoce de repente: no es otra cosa que el ojo de su padre muerto, según la inolvidable predicción cantada por Ariel en La Tempestad de Shakespeare:

“Tu padre yace muerto sepultado bajo cinco brazas de agua:

se ha hecho coral de sus huesos,

de sus ojos nacen perlas.

nada corruptible hay en él

con lo que el mar no haya hecho

algún tesoro insólito”

La cuestión -la inquietud, el esquizo, la búsqueda del tiempo perdido- entra en el pescador de perlas y empieza a obsesionarlo. Decide, en consecuencia, volver a sumergirse. Descendiendo lentamente hacia el fondo, entre algas, medusas y oscuridad creciente, comprende tres cosas. En primer lugar, que los tesoros del mar proliferan, son infinitos. No es solo que su padre sepultado le haya dejado otras maravillas más además de la perla única del principio, como por ejemplo el coral de sus huesos o tantos otros detalles convertidos en “tesoros insólitos”, sino que también, dispersos por todas partes, se encuentran todos los corales y todas las perlas de todas las generaciones de ancestros próximos y lejanos. Innumerables padres yacen en innumerables tesoros en el fondo del mar. Cubiertos desde hace siglos de algas e impurezas, esta herencia está a la espera de ser reconocida, recogida, repensada.

El pescador comprende entonces -y es la segunda cosa- que donde se sumerge no está el sentido sino el tiempo. Todos los seres de los tiempos pasados han naufragado. Todo está corrompido, ciertamente, pero todo está ahí, transformado en memoria, es decir en algo que no tiene ya la misma materia ni la misma significación: es, en cada ocasión, un nuevo tesoro, un nuevo tesoro en cada Antaño metamorfoseado. Finalmente nuestro héroe comprende lo más importante: es el medio mismo en el que nada, el mar, el agua turbia y maternal, todo lo que no es “tesoro” endurecido, es el entre-dos cosas, el invisible flujo que pasa entre perlas y corales, es eso mismo lo que, con el tiempo, ha transformado los ojos de su padre en perlas y sus huesos en coral. Es al intervalo, a la materia del tiempo -acá fluctuante, allá estancado- a lo que se deben todas las metamorfosis que hacen que de un ojo muerto un tesoro superviviente.

El historiador como sismógrafo. ABCD

Filosofía para acabar con la especulación artística. Público

El ensayista de todas la casetas. El país

N22. Galería

Archivos D. Der Mann ohne Eigenschaften
Tanger. Abril 2008

domingo, 9 de mayo de 2010

N21. Texto 1

Atlas Mnemosyne. Paneles 39 y 97

Aby Warburg

N21. Texto 2

A mí me gustan mucho los libros
Gabriel Campuzano

A mi me gustan mucho los libros, es cierto, pero tengo amigos y conocidos que sienten aún más pasión por ellos. Desde los primeros años de universidad, he conocido a muchos con gran capacidad de sacrificio, dispuestos a prescindir de todos los caprichos y bastantes necesidades con tal de tener sus libros más deseados, debido siempre a una extraña mezcla entre el disfrute de sus contenidos y el placer de poseerlos. No es que me mueva en círculos bibliófilos, pero esta pasión la observo con cercanía y siempre me han interesado sus casos más singulares, para los que demuestro toda mi comprensión. Aún así no deja de sorprenderme que Aby Warburg, con trece años, llegase a un acuerdo con su hermano menor para cederle el control del enorme patrimonio familiar, a cambio de ser financiado sin límite en la compra de sus libros.
Por lo que conozco parece una renuncia muy importante. Aunque compró bastantes libros, porque hubo que trasladar -a su muerte- sesenta mil ejemplares desde su biblioteca en Hamburgo a la que ya sería su sede definitiva en Londres, y financió igualmente toda su formación, estudios e investigaciones. A cambio, Max Warburg se hizo un sitio muy destacado entre los grandes banqueros, señalados por la historia como verdaderamente influyentes, en el preciso momento en el que el mundo comenzó a rediseñarse para ser lo que hoy está a punto de irse por el desagüe. Y ya nunca abandonó las habitaciones del poder, donde quiera que éstas fueran instalándose movidas por la violencia con que se desarrolló el proyecto.
Liberado de todas esas responsabilidades, Aby se dedicó a sus libros, se hizo adicto a las imágenes y viajó a Florencia en 1888. En las habitaciones que el Arte posee en la Galeria degli Uffizi, recibió sus cotidianas dosis en forma de Renacimiento, Botticelli, La primavera y El nacimiento de Venus hasta 1895. Entonces viajó a New York, para la boda de su hermano Paul, y desde allí a Nuevo México, encontrando nuevas satisfacciones para sus dependencias en El ritual de la serpiente practicado por los indios hopi, al que dedicó varios años de apuntes, fotografías y estudios.
Estos límites tan alejados y sorprendentes definen el espacio de sus intereses y explican y condicionan todo lo que pudo interesarle más tarde: cualquier tema pero siempre en especial relación con sus imágenes. Ghirlandaio y los artistas de finales del XV. Las clases altas florentinas comitentes de arte. Frescos y pinturas de la Capilla Sasseti. Representaciones mitológicas y astrológicas. Fueron siempre tratados con tales medios, rigor y profundidad que su entorno pudo transformarse en el Instituto Warbrug sin mayores problemas cuando, en 1919, ya recibía el ataque asiduo de las crisis nerviosas, las alucinaciones, las fobias y la esquizofrenia, debiendo apartarse de sus estudios, aunque -quién puede saberlo- quizás nunca de sus amadas imágenes.
Antes de su fallecimiento en 1929, ya superada su enfermedad, pudo emplear cinco años más en el desarrollo de la biblioteca, seminarios, conferencias y exposiciones y -especialmente- en la creación del Atlas Mnemosyne. Un proyecto, desarrollado a partir de 1924, consistente en la elaboración de una serie de paneles sobre los que se ordena una amplísima selección de imágenes, con escaso texto, que representa de forma mnemotécnica una formulación del proceso histórico seguido por la creación artística, desde el Renacimiento y a lo largo de la Edad Moderna, estableciendo sus relaciones con la Antigüedad. Un legado esencial -escriben los historiadores contemporáneos- que podría ser comparable a los discursos del método aportados por los grandes investigadores, si no fuera porque carece de todo método y discurso: Obliga a considerar cada imagen en relación con todas las demás, haciendo surgir nuevas imágenes y nuevas relaciones.
Creo que el Atlas, que acaba de ser editado en español, será ya una compañía permanente (algún libro de Didi-Huberman, que parece su mejor intérprete, tambien ayuda) porque encuentro fascinante la idea -quizás interesada- de riesgo e inmersión que contiene la propuesta de Aby Warburg. A estos paneles se enfrentan unidos historiadores y creadores de imágenes. Unos y otros sorprendidos por tan extraña agrupación. Otros y unos desasosegados por las relaciones iconográficas sin fin desencadenadas por el conjunto prendido en ellos. Prestaré atención a todo, pero ya he observado en varias ocasiones que mi vista tiende a perderse por las sombras oscuras del tejido desvelado entre las láminas, y encuentra sobre las manchas y arrugas dejadas por Aby otras imágenes igualmente intrigantes.
No puedo remediarlo. Nunca podré ser historiador. Me distraigo tanto…

N21. Galería

Archivos B. Background
Galeria degli Uffizi. Julio 2008