Memoria_Imaginario_Urbano
Gabriel Campuzano
Al menos desde 1990 he realizado fotografías en las ciudades que visitaba con la certeza de estar desarrollando un trabajo bien diferenciado -casi ajeno- respecto de aquellos proyectos a los que estaba dedicado en esos momentos. Este conjunto de imágenes, no tan disperso como fragmentario, ha tomado cuerpo y coherencia al superponerse a otros intereses relacionados con indagaciones sobre el Imaginario, tanto colectivo como personal. Como punto de partida más lejano -en este proceso- podría establecerse la participación en el Taller de Creación dirigido por Pedro G. Romero en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla (1997), al que con posterioridad siguieron otras presencias en cursos, seminarios y conferencias como parte de una elección personal que centraba el establecimiento de relaciones entre el imaginario, lo urbano y la propia memoria. Este sumatorio ha abierto una senda cuyo recorrido ya ha decantado ciertas opciones personales. Así, sin que pueda hablarse de una superación absoluta del Proyecto Fotográfico, se ha trazado una organización previa del trabajo creativo que obedece a la concepción del "archivo como depósito del imaginario personal" y contenedor de experiencias de carácter biográfico. En este proceso ha destacado con claridad un encuentro:
Imaginarios urbanos: de ida y vuelta. Seminario dirigido por Armando Silva y enmarcado en el programa arteypensamiento de la Universidad Internacional de Andalucía. Dirigido al conocimiento y debate de los contenidos y propuestas del proyecto Culturas Urbanas desde sus imaginarios sociales, desarrollado en América Latina en una búsqueda propositiva de los modos de ser urbanos contemporáneos en distintas ciudades.
"Escribir cada ciudad nos pone tras la huella de la construcción imaginaria de los habitantes, bajo el supuesto de que ésta antecede a los modos de usar las ciudades. Los centros urbanos, en su uso, evocación y proyección, corresponden a un efecto ciudadano que dispone escalas de percepciones cognitivas que son reelaboradas de modo permanente según los puntos de vista de la gente" (Imaginarios: culturas urbanas de América Latina y España. Armando Silva)
Desde hace tiempo el urbanismo -como lo conocemos- se encuentra agotado y, sin que éste aún haya cambiado de una forma perceptible para el ciudadano, ya existe un acuerdo unánime sobre su obsolescencia. Sus técnicas de representación y creación se encuentran ancladas en conceptos de volumen, alineación y rasante y, junto a objetivos estandarizados, ya no responden a la necesidad de nadie. Por contra se mantiene en plena producción cuando es obvio para todos que el producto ya no vale. En este contexto, cuando Armando Silva dice que "la ciudad, a partir de los imaginarios, atiende a la construcción de sus realidades sociales y a sus modos de vivirlas y proponerlas. Lo imaginario antecede al uso social" debemos entenderlo en una doble dirección. Los imaginarios han derivado hacia conjuntos emblemáticos que habilitan en el ciudadano capacidades de respuesta y propuesta (defensa-ataque) simultáneamente, ambas necesarias para habitar en esta situación de frontera. Los imaginarios históricos -por así llamarlos- suministraron claves suficientes para la desenvoltura mientras el medio urbano ha podido ser percibido como un organismo aislado, capaz de imponer su lógica estructural a toda realidad circundante (física, social, cultural, económica...) y de ahí su relación con el poder tantas veces estudiada. Pero la ciudad solo es perceptible ya como un organismo de tal complejidad que fagocita su propio imaginario en la búsqueda de nuevas actitudes y nuevos modos de habitar. Por otro lado, el pensamiento contemporáneo promueve un replanteo drástico de las bases de la producción cultural cuando ha reconsiderado la vieja dialéctica Símbolo/Objeto, que ahora se formula en términos que obedecen a nuevos valores: Símbolo para el Consumidor / Objeto para el Usuario. Entendiendo que el Consumo es pasivo, caducable y rinde valor al poder, mientras que el Uso es activo e instrumental -con valor para el usuario- y su caducidad solo está limitada por el agotamiento físico.
En este contexto fotografiar la ciudad se antoja prioritario para el fotógrafo urbano, pero no por ello dejará de ser una búsqueda incierta y sometida, más que a un registro de certezas de autor, al registro de las capacidades de descubrimiento colectivo. Así poco puede esperarse de los modos asociados a la tradición fotográfica, si es que algo de ella queda tras ser capturada por otras disciplinas necesitadas de su valor medial. Ya no se necesita una mayor depuración estilística para contar lo mismo, apoyándose en la sofisticación de los nuevos instrumentos y la sutileza de los lenguajes, a unos ciudadanos cada vez más selectos respecto de los que no se quiere perder una ansiada posición protagonista. Si hay que imaginar la ciudad del futuro todo apunta a una indagación sobre los emblemas urbanos, y sus fantasmas contemporáneos, con la mirada más abierta y plural posibles. Si se trata de desarrollar un nuevo imaginario urbano colectivo, el rol del fotógrafo será complementario y reducido a la humilde figura de un archivista anónimo. Acumulador, depositario y clasificador de unos fondos que no representan más que el resultado fragmentario de los esfuerzos constructores de un Imaginario Urbano con el material de su propia Memoria.