domingo, 9 de mayo de 2010

N21. Texto 2

A mí me gustan mucho los libros
Gabriel Campuzano

A mi me gustan mucho los libros, es cierto, pero tengo amigos y conocidos que sienten aún más pasión por ellos. Desde los primeros años de universidad, he conocido a muchos con gran capacidad de sacrificio, dispuestos a prescindir de todos los caprichos y bastantes necesidades con tal de tener sus libros más deseados, debido siempre a una extraña mezcla entre el disfrute de sus contenidos y el placer de poseerlos. No es que me mueva en círculos bibliófilos, pero esta pasión la observo con cercanía y siempre me han interesado sus casos más singulares, para los que demuestro toda mi comprensión. Aún así no deja de sorprenderme que Aby Warburg, con trece años, llegase a un acuerdo con su hermano menor para cederle el control del enorme patrimonio familiar, a cambio de ser financiado sin límite en la compra de sus libros.
Por lo que conozco parece una renuncia muy importante. Aunque compró bastantes libros, porque hubo que trasladar -a su muerte- sesenta mil ejemplares desde su biblioteca en Hamburgo a la que ya sería su sede definitiva en Londres, y financió igualmente toda su formación, estudios e investigaciones. A cambio, Max Warburg se hizo un sitio muy destacado entre los grandes banqueros, señalados por la historia como verdaderamente influyentes, en el preciso momento en el que el mundo comenzó a rediseñarse para ser lo que hoy está a punto de irse por el desagüe. Y ya nunca abandonó las habitaciones del poder, donde quiera que éstas fueran instalándose movidas por la violencia con que se desarrolló el proyecto.
Liberado de todas esas responsabilidades, Aby se dedicó a sus libros, se hizo adicto a las imágenes y viajó a Florencia en 1888. En las habitaciones que el Arte posee en la Galeria degli Uffizi, recibió sus cotidianas dosis en forma de Renacimiento, Botticelli, La primavera y El nacimiento de Venus hasta 1895. Entonces viajó a New York, para la boda de su hermano Paul, y desde allí a Nuevo México, encontrando nuevas satisfacciones para sus dependencias en El ritual de la serpiente practicado por los indios hopi, al que dedicó varios años de apuntes, fotografías y estudios.
Estos límites tan alejados y sorprendentes definen el espacio de sus intereses y explican y condicionan todo lo que pudo interesarle más tarde: cualquier tema pero siempre en especial relación con sus imágenes. Ghirlandaio y los artistas de finales del XV. Las clases altas florentinas comitentes de arte. Frescos y pinturas de la Capilla Sasseti. Representaciones mitológicas y astrológicas. Fueron siempre tratados con tales medios, rigor y profundidad que su entorno pudo transformarse en el Instituto Warbrug sin mayores problemas cuando, en 1919, ya recibía el ataque asiduo de las crisis nerviosas, las alucinaciones, las fobias y la esquizofrenia, debiendo apartarse de sus estudios, aunque -quién puede saberlo- quizás nunca de sus amadas imágenes.
Antes de su fallecimiento en 1929, ya superada su enfermedad, pudo emplear cinco años más en el desarrollo de la biblioteca, seminarios, conferencias y exposiciones y -especialmente- en la creación del Atlas Mnemosyne. Un proyecto, desarrollado a partir de 1924, consistente en la elaboración de una serie de paneles sobre los que se ordena una amplísima selección de imágenes, con escaso texto, que representa de forma mnemotécnica una formulación del proceso histórico seguido por la creación artística, desde el Renacimiento y a lo largo de la Edad Moderna, estableciendo sus relaciones con la Antigüedad. Un legado esencial -escriben los historiadores contemporáneos- que podría ser comparable a los discursos del método aportados por los grandes investigadores, si no fuera porque carece de todo método y discurso: Obliga a considerar cada imagen en relación con todas las demás, haciendo surgir nuevas imágenes y nuevas relaciones.
Creo que el Atlas, que acaba de ser editado en español, será ya una compañía permanente (algún libro de Didi-Huberman, que parece su mejor intérprete, tambien ayuda) porque encuentro fascinante la idea -quizás interesada- de riesgo e inmersión que contiene la propuesta de Aby Warburg. A estos paneles se enfrentan unidos historiadores y creadores de imágenes. Unos y otros sorprendidos por tan extraña agrupación. Otros y unos desasosegados por las relaciones iconográficas sin fin desencadenadas por el conjunto prendido en ellos. Prestaré atención a todo, pero ya he observado en varias ocasiones que mi vista tiende a perderse por las sombras oscuras del tejido desvelado entre las láminas, y encuentra sobre las manchas y arrugas dejadas por Aby otras imágenes igualmente intrigantes.
No puedo remediarlo. Nunca podré ser historiador. Me distraigo tanto…