domingo, 13 de febrero de 2011

27. Texto

Passatempo
Gabriel Campuzano

Por más que lo pienso, creo que nunca antes me había preocupado por mi posible desaparición. No me refiero a la definitiva e inevitable, porque sobre ese final todos tenemos muchas ideas diferentes y variables que nos acompañan desde la adolescencia. Hablo del mito literario que consiste en desaparecer de la propia vida, hacerse insignificante, mientras se construye una realidad paralela: Un lugar aparte -irreal- en el que vivir realmente. Hace ya unos cuatro años leí Doctor Pasavento, el libro de Vila-Matas, sin sentir el menor rastro de proximidad con aquel personaje angustiado por su propia presencia. Atrapado en la contradicción que hay entre el deseo por ocultarse y la frustración de no ser visto. Abismado por la invisibilidad. Después esta lectura-guía me llevó, como a tantos otros, hasta Robert Walser. A sus escritos y a su biografía (tan literaturizada). Me deleité con “la ironía secreta de su estilo”, me conmovió su apartamiento radical y su deseo de no ser nadie, pero tampoco entonces me sentí especialmente atraído por el vacío de la desaparición. Y no tanto porque no pensase en ello sino, más bien, porque no me veía dotado. ¿De donde tendría yo que desaparecer?
Si hay un tema que despierta mi pasión como fotógrafo, éste es el del lenguaje (creativo en general, pero siempre para su aplicación fotográfica). El lenguaje como metáfora y, especialmente, las relaciones que puedan establecerse entre el lenguaje propio e individual y el lenguaje colectivo, mayoritario o dominante. Y sus grados de acercamiento (hasta la imitación) y de alejamiento (hasta la marginación). Por ello, hace unos meses, participé en el taller fotográfico Idiomas y dialectos, impartido con extraordinaria lucidez y compromiso por Alejandro Castellote. Sin duda, la experiencia está resultando muy enriquecedora para diferentes aspectos de mi ejercicio fotográfico, pero solo algo personal -oculto a la realidad del taller- es el detonante de estas reflexiones. Una sutil impresión, que podría haber pasado por anecdótica, me ha permitido comprobar en la práctica algo ya leído y asumido teóricamente: “Hay episodios de nuestra vida dictados por una discreta ley que se nos escapa”. Es cierto. Desde el mismo momento en que expuse mi trabajo fotográfico para su análisis y comentarios, el Doctor Pasavento volvió a mi memoria y, seguramente deformado por el recuerdo, ha reactivado en mí el ya olvidado interés por la desaparición. Pero, ahora si, por mi propia desaparición. Comenzó inmediatamente después de mi presentación. Mientras escuchaba mi propio relato de las actividades pasadas, para contextualizar el trabajo mostrado, empecé a dudar sobre la verdadera identidad de quien yo hablaba. ¿Quién era aquel fotógrafo? Al que ya no podía identificar. ¿Dónde estaba yo, y porqué me sentía tan lejos de ese pasado?. “Me resultó imposible no pensar que aquello era demasiado casual y tal vez el signo de algo que debía tener muy en cuenta. Y no sabiendo muy bien qué hacer, hice literatura”, abrí word y escribí la primera palabra de un nuevo documento en blanco. Passatempo. Unos días mas tarde, la pasé a negrita y he seguido escribiendo debajo algo que las fotografías ya cuentan en su hermético lenguaje.
No creo que se trate de la misma desaparición. No consigo sentirme admirador, como Pasavento, de aquellos “que han sido capaces de mandarlo todo al diablo” y, dando un portazo, “se han largado sin más, no sin antes decir ahí os quedáis, cabrones”. No hay un éxito en mi pasado que precise olvidar. Tampoco hay rencor como para dejar a todos plantados. Pero lo cierto es que, desde aquellos días, me siento desaparecido y participo de la misma angustia que invade al falso doctor en la página ciento sesenta y seis. Sin que el hecho de compartir el efecto y no la causa, me produzca el más mínimo consuelo. Posiblemente mi invisibilidad, debida a causas no intencionadas, sea sólo resultado del paso del tiempo y del abandono de toda exhibición, necesariamente consumidos en el voluntario -pero esforzado- empeño por construir esa otra realidad paralela (en la que vivir una vida mejor que la propia: cotidiana y obligatoria). Ahora que soy consciente, podría recrearme en ello, pero jugar con esto, hoy me lo parece, sería como jugar con una pistola cargada.

(Siempre se arriesga cuando se mezcla realidad y ficción. No digo que no lo intente. Ya veremos)